Corría el año 1573 y un grupo de humanistas de la ciudad de Florencia, a los que me imagino jóvenes, elegantes y celebrando sus reuniones sentados en círculo en posturas pictóricas, llegó a la conclusión de que el teatro contemporáneo había perdido la capacidad de emocionar.
Poseían testimonios de la antigua Grecia, en donde se hablaba de estallidos de llanto, de risa, y de auténtico miedo durante las representaciones. ¡Eso sí que era conexión! Eso sí que era teatro.
Investigaron cuál era el factor que fallaba, qué habían perdido y descubrieron que era la música; las obras se acompañaban de instrumentos, y parte de los monólogos eran cantados. Los antiguos dramaturgos la utilizaron como enlace entre los personajes y el público, con un objetivo diferente al de texto: estaba subyugada a la acción como un recurso más para contar la historia escrita , sí, pero a la vez era la parte más subjetiva del espectáculo, la parte que se acercaba a los escuchantes, haciendo que cada uno de ellos sintiera el argumento del drama de forma distinta, según su interpretación de la música.
Y con ese ambicioso propósito nació la ópera: crear un arte de sentimientos, y no sólo de retórica y de lucimiento de ingenio.
En su historia, la ópera ha pasado por etapas en las que esta intención original se ha desvirtuado a causa de razones económicas, de gustos, de modas, aunque siempre han aparecido movimientos de rehabilitación, de saneamiento para volver al objetivo de los fiorentinos.
Cuatro siglos después de que la Camerata se fundara apareció una nueva vía de contar historias: el cine.
Nunca lo sabremos, pero me imagino que si los humanistas fiorentinos hubieran conocido lo que es una película, la hubieran elegido como soporte para su gran proyecto. No cabe ninguna duda de que es en el cine donde más naturalmente encaja la música dentro de una historia, sin los forzados diálogos que a veces condiciona la partitura de una ópera.
Aunque no se les da toda la importancia que tienen dentro de la película, las bandas sonoras gozan de mucha popularidad actualmente, más que la música clásica, por ejemplo. Son una representación de la música de nuestro tiempo, y la verdad es que muchas de ellas son maravillosas.
Después de esta sarta histórica-reflexiva, propongo a mis compañeros de blog una semana temática en la que podrían compartir su banda sonora favorita. Yo me pensaré la mía.
De momento, dejo aquí unas cuantas de las que cumplen los requerimientos fiorentinos.
Local Hero, de Bill Forsyth. "Going Home", Mark Knoffler.
Once upon a time in America, deSergio Leone. "Deborah's theme", Ennio Morricone.
Philadelphia, de Jonathan Demme. Canta Maria Callas en Andrea Chenier, de Umberto Giordano. (Quien no llore interna o externamente con este aria tiene mi compasión).Por Marguerite Gautier
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