También hay un sintecho, que aprovecha que la biblioteca es 24 horas para llegar, apoyar la cabeza y dormir. Yo le llamo "el opositor", porque si al menos cogiese un libro y le dedicase todas las horas que se pasa en la biblioteca, sería como mínimo Abogado del Estado. A veces, para disimular como que está estudiando, coge 20 libros y los pone sobre la mesa. El otro día tenía mil folletos del Mercadona, no coló. Necesito saber por qué es mendigo.
Luego en la biblioteca están los dos señores que vigilan. Siempre he creído que los vigilantes de biblioteca se toman demasiado en serio su trabajo. Si sales un rato, te preguntan a si vas a tardar mucho y dónde estabas sentado. El otro día entré con una bolsa del Vips y me preguntaron qué llevaba en la bolsa. "Los libros, es que no tengo mochila". Hay que ser muy educado con ellos porque tienen porra.
Luego siempre hay la típica pareja que tiene mala suerte y no puede sentarse junta pero cuando alguien de su mesa se va, rápidamente apoyan todos sus libros sobre el sitio vacío como si les fuese la vida en ello. Y todo por cogerle sitio a su novio. Eso es pasión. Les apedrearía con mis subrayadores fosforitos sino fuese por todo el amor que le profeso a los apuntes subrayados en fosforito. Me encanta cómo 100 páginas embadurnadas de magenta chillón y violeta te hacen creer que son fáciles y 2 páginas subrayadas a lápiz te sumergen en el Deuteronomio de por vida. Lo malo de subrayar con colores es que te olvides de por qué estás subrayando, mi amiga Anina subraya tanto que parece que quiere destacar lo que está en blanco.
Por San San Antonio
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