viernes

El perro del hortelano


A los que nos conozcan personalmente no les extrañará que un post (y sobre todo siendo mío) lleve este título.
No, no es que hayamos vuelto a ver por enésima vez la peli de Pilar Miró.
No. Hemos ido a ver teatro de verdad. Al Pavón, para ser exactos.
Sobre el escenario: La compañía nacional de teatro clásico. Ahí es nada.
El guión: Podemos denominarlo... vetusto. Lope de Vega, los trazos de su pluma y una de sus mejores comedias. El perro del hortelano.
Por si alguien anda despistado o ese día no llegó a clase, un pequeño resumen del argumento.
Diana, condesa de Belflor, tras descubrir los amores de su secretario Teodoro y su doncella Marcela, se "encapricha" del galán. Las diferencias sociales entre ambos hacen que su relación sea un tanto... déjemoslo en tormentosa. La solución al conflicto viene de manos de Tristán, criado de Teodoro, quién, gracias a una treta, le encuentra un padre con título nobiliario al secretario, saltando así la barrera del decoro.


Se apagan las luces y empieza el ritual. Mis compañeros de butaca: Marguerite y Dorian. Para nosotros el texto... digamos que no tiene ningún tipo de secreto (Frikis, frikis, frikis) Por eso no nos reíamos con algunos de los chistes. Por eso notamos ciertas mutilaciones en el original de Lope. Por eso salimos entusiasmados del Pavón.
Porque aún sabiéndonos de memoria los diálogos en verso, las escenas y la trama, nos reímos como nunca. Porque las apariciones de los pretendientes de Diana era como poco dignas de Muchachada Nui. Porque incluso cuando nuestras partes favoritas sufrían recortes con los que no estabamos de acuerdo, seguiamos disfrutando. Por eso, porque creíamos que nadie podría igualar la emoción que desprendía la versión cinematográfica de Miró, salimos un poquito más enamorados (si cabe) del Chucho (Sí, así nos gusta llamarlo... porque es como de la familia)

Si ustedes pueden, no se la pierdan, no se arrepentirán.

Por Merytos Propios

lunes

Mi sonido favorito.

Es igual que las abluciones de los musulmanes antes de entrar en la mezquita, te predispone.

Igual que el recorrido de una nariz bajando por el cuello.

Te anticipa.

Es una señal que ni diseñada hubiera resultado mejor: un instrumento claro (un violín, un oboe. Son siempre el blanco de todos los chistes, pero a cambio disfrutan de estos privilegios jerárquicos) mantiene una nota La, y los demás se van uniendo en un caos ascendente, duplicando la nota tenida del concertino en todas las sonoridades que permite la orquesta.

Y después, cuando todos los instrumentistas han podido lucir su La elemental, alguien rompe la tensión cambiando de llave o de pistón, buscando armónicos en su cuerda, y se produce la cascada, y todos empiezan a recorrer la tesitura de su instrumento, comprobando que todo está en orden.

El sonido en ese momento dentro de la sala de conciertos es un torrente arremolinándose, fuerza bruta. Hay miles de notas en el aire.

Cosas que se cuentan por miles:
-Las estrellas de un sistema planetario.
-Los integrantes de un ejército.
-Nudos en una alfombra turca.

Miles de notas distintas entre sí. Un despliegue de potencial.

Poco a poco los músicos van cortando, y la masa ingente de ruido se retrae. Los últimos sonidos barren también el murmullo que había entre el público, y se hace el silencio a la espera de que salga el director. (El capitán del ejército, el artesano tejedor, la estrella).


                                                       Y comienza lo bueno.

Por Marguerite Gautier.

jueves

Dame un limon y conquistare el mundo

Si hacemos caso a los anuncios de la tele, el amo del cotarro metropolitano es un señor cuya juventud juega los últimos minutos de la prórroga en un partido que todos sabemos como termina. La publicidad, que es muy lista, sabe que este tipo de señor juvenil es el target perfecto porque es el único que no te cruza la cara cuando le hablas de "laifestail", aunque no tenga dónde caerse muerto.

A mí me parece muy bonita y muy guay la forma de juventud domesticada que viven estos señores, porque es una juventud sin sobresaltos, como los nuggets de pollo. Aclaro esto porque no todo el mundo piensa como yo. Pero qué sería de este país de envidiosos sin los bonitos y muy necesarios contrastes: Estos tipos escuchan canciones de grupos que cantan sin sonrojarse sobre "echar un polvo" o "meterse unas rayas", celebrándolo como pequeñas victorias, mientras se ríen de chavales jóvenes que follan y se drogan a diario y preferirían pillarse un SIDA a acabar pareciéndose a un señor como estos.


Os lo creáis o no, en algunas culturas se considera a este tipo "un partidazo"




Por San San Antonio

viernes

Volvió


El regreso de Almodóvar y la expectación que siempre causa. Esta vez con "La piel que habito" esa película que amas o odias sobre todas las cosas, sólo hay que ver las críticas en los diferentes periódicos.
Dar una opinión imparcial es imposible, como ya he dicho, porque es una de esas película extremistas, que te vuelan la cabeza en alguno de los dos sentidos. Puede que ahí esté la genialidad del manchego más universal.
Sobre el papel, la historia de un cirujano que tiene recluida en su casa a Vera, su sujeto de experimentos. Y de ahí, agárrate, porque lo demás hay que descubrirlo.

¿Lo mejor y lo peor? Las escenas en que hay tanta tensión que te ríes por no llorar. Por lo curioso de la situación (Las carcajadas en el cine, lleno de gente de más de 50 años, entre nosotros que no llegabamos a los 20, fueron, como poco, curiosas)

Yo no diré "hay que verla sí o sí" (Aunque habría que hacerlo) pero si se tiene curiosidad por ella lo mejor es sacar tú propia conclusión sobre la película.
Aunque sólo sea de cara a los Goya, para decir: "Pues mira, sí, la Anaya estuvo muy bien en el papel"

Por MerytosPropios